jueves, 20 de marzo de 2014

Ciudad I

Necesito que nos pongamos de acuerdo en algo antes de empezar.

Yo sé que no te gusta que digan "hacer el amor".
También sé que, aunque a veces piense que no me vas a aguantar más, me amás y eso hace que me dejes pasar algunas cosas.
Sin embargo, ahora no es cuestión de que me dejes pasar algo, si no de evitar que el resto de la lectura sea algo incómodo.

Como cuando alguien usa mal los condicionales tipo "si sabría escribir los condicionales, los escribiría bien".

No quiero decir "coger" ahora.
No es el lugar común de "yo no cojo con vos, yo hago el amor". No, no, no es eso.
Es que en este momento es diferente.

Ahora tengo ganas de alzarte, caminar y llevarte, y que me muestres el mundo y que te muestre el mundo. Y que hagamos al mundo nuestro. Más nuestro.
Que me enseñes cómo es Francia y nos metamos en una callecita angosta, en la noche oscura y hagamos el am-

No. Casi hago la lectura incómoda. No te rías ni te burles pero entendeme que tengo que buscar un término, una forma de llamarlo.

Entonces es alguna ciudad de Francia que vos elijas, que tenga callecitas angostas y que sea de noche, y que suene Mélanie Laurant con un acordeón y que bailemos contra una pared. Que sea todo tan juntos, tan uno solo, sin frío ni calor, sin distinguir. Que vos seas mi callecita angosta y que te salga noche oscura de los ojos y acordeones de la boca. Y me mires y mi beses y me ames y me aprietes y me rompas y me armes de nuevo. Y el amor nos aplaste y nos baile por arriba.

Que descansemos un ratito y te alce de nuevo para llevarte a otra ciudad y seguir haciendo el mundo más nuestro.

jueves, 20 de febrero de 2014

Apoyapiés

No te mentí. No me vengas con la pavada de que “es para la casa”.

Hoy es tu cumpleaños y te merecés el protagonismo que te supiste ganar. Yo no te regalaría un silloncito apoyapiés para la casa. Es cierto que es blanco, muy coqueto y canchero, y ojalá te guste tanto o más que a mí. Pero los regalos para la casa se los haré cuando sea el cumpleaños de la casa, no el tuyo.

Yo te regalo una compañía.

Yo sé que no te cierran los viajes en el tiempo pero dejame explicarte mi técnica.

Resulta que yo ya decidí que el resto de mi vida la voy a pasar con vos y estuve pensando que tener un silloncito blanco apoyapiés es muy conveniente. Algunas cosas para las que nos puede ser útil:

Para apoyar los pies cuando miremos una peli.
Para que apoyes los pies cuando me escuches tocar el piano.
Para que yo apoye los pies y te insista para que bailes y vos me digas que te da vergüenza.
Para apoyar la compu y ver Ah listo qué villero.
Para que llegues a los estantes que no estén pensados para personas con estatura normal de una mujer promedio.
Para que llegues a los estantes que no estén pensados para personas con estatura promedio de una mujer normal.
(Cómo era?)
Para que yo apoye mis cosas y vos me retes.
Para que vos apoyes tus cosas y yo te rete y vos me digas que vos sí podés apoyarlas.
Para que te sientes a esperarme a que yo llegue de California. Vas a ver que el tiempo pasa más rápido cuando te sentás en él!
Para que lo mires y te acuerdes de mí.
Para que nos tengamos paciencia.
Para que te rías con el misterio de cómo habré hecho para que lo recibas.
Para que nos recuerde que también fuimos felices viviendo en distintos países.
Para que nunca nos olvidemos de nuestra primera casa.
Para que sentemos a los chucupines para atarles los cordones y te hagan preguntas incómodas con sus ojos no-bizcos y su leve zezeo que después corregirán yendo a una foniatra.

Como ves, el silloncito blanco apoyapiés es una parte de nuestro futuro juntos. Yo te quiero regalar hoy un pedacito de nosotros, aunque todavía no haya llegado. Te doy un pedacito de nuestro futuro para que “vayas teniendo”. Para que te haga compañìa.

Así, aunque yo esté en California en este momento, también estoy un poquito con vos ahí, al lado tuyo.

Así te vas acostumbrando.

sábado, 12 de enero de 2013

Propuesta para conejos

Es lógico pensar que Fermín no va a buscar otra panza de un día para el otro. Se acostumbró a mí y no se caracteriza por ser un conejo nómade. La creatividad y la fluidez en sus palabras las mantiene pero, por fortuna, últimamente cuenta historias más cortas.
Estuve pensando en la que vive en tu panza. Bueno, en realidad tenés que confirmarme exactamente dónde está, pero ampliamente digamos La Panza. Como todos los conejos merecen un nombre, podríamos llamarla Muriel o Penélope.
Te quiero aclarar que no es que esté buscándole novia a Fermín y mucho menos tomando decisiones sobre Muriel o Penélope. Es sólo que estoy juntando argumentos para ofrecerle una salida pacífica. Yo ya te lo describí, es tan elegante, pulcro, educado, delicado y artista que yo estoy seguro de que enamoraría a cualquier conejita.
Sin embargo, debo decir que tampoco es cuestión de presentarlos y ya; si nuestros conejos se reproducen, estaremos perdidos. Y cuán difícil es evitarlo? Vamos, son conejos. Pero a mí se me ocurrió que podríamos darles actividades para mantenerlos ocupados y que tengan un noviazgo tántrico eterno. Fermín inventa historias de amor y puede aprender a tocar instrumentos de viento muy rápido. Nuevamente, no es que quiera intervenir con Muriel o Penélope;  de hecho, si no te gusta el plan podemos buscar otro o vos sola, como prefieras. Sin más rodeos, pensé que podrías hablarle de literatura. De arte en general, pero sobre todo de literatura. Fermín no sabe nada de eso y estoy seguro se que le fascinaría estar con alguien que lo eduque en letras y artes plásticas. Seguro que Muriel o Penélope no diría "la pintura".

Hablale de Whitman.
Contale de la dulzura de los labios de granito y de no ver el mar y verlo.
Enseñale a emocionarse con la pintura que se parece a tu abuela.
Explicale que esa ligera presión en el pecho es Vértigo y definíselo.
Regalale una lluvia de He said y She said.
Hacé que sienta en el cuerpo el ritmo de los versos, que las palabras le penetren hasta la sangre. Enseñale a bailar leyendo acerca de las flores que crecen en primavera.

Qué sepa quién es La Maga.

Pero lo más importante es ir despacio, no la aturdas. Cada cosa que le enseñes tiene que madurar en ella. Qué florezca. Cuando le brillen los ojos y entienda y esté ávida por más, hacé una pausa. Y la próxima vez va a ser feliz desde antes de que empieces a hablar.

Por último, mostrale "Intento de lobotomía". Derramáselo encima, que se atragante, que no pueda respirar.
Qué aprenda de un sorbo que existe un lenguaje para el amor y que hay bailarinas que saben bailar sobre papel.

Con tanto para conversar sería lógico que ambos quieran buscarse una nueva casa para vivir. Probemos.

Conejito en tránsito

Hay días en los que me como un conejito entero y vivo. Él cierra sus ojitos y viaja por mi garganta, esófago, píloro y estómago y se arma una casita en la mitad de mi intestino delgado. Ahí se queda un rato, unas horas o hasta que yo me olvide de él. Es el conejito más hermoso que un nene se pueda imaginar; es blanquísimo, con las orejitas un poco rosas, tiene una corbata y un sombrero rayaditos de color marrón y no fuma pipa. Adentro no usa zapatos, porque no le gusta ensuciar, y es suave como un durazno enamorado a punto de encontrarse con su novia para ir al cine.
El conejito, a quien de ahora en más llamaremos Fermín, no tiene la culpa de lo que hace. Yo me lo comí, y les juro que él no lo quiere hacer. Es sólo que Fermín tiene la creatividad en el alma, es artista y cuenta unas historias de amor que pueden enamorar a una Mortimer de un cepillo de dientes y después te cuenta la tragedia de cuando el dentista sacrifica al cepillo y la Mortimer llora lágrimas de detergente. Todo lo cuenta con una naturalidad tan sincera que cuesta creer que lo hace sin malicia, pero yo se los aseguro.
Te baña en un encanto de artilugios amorosos, te susurra como sirena describiendo la historia de la princesa y los no-príncipes. Cuando Fermín inventa, a mí me duele un poquito abajo de la boca del estómago. Creo que me duele que no me vea, que no sepa que existo. Yo lo entiendo, si nosotros viviéramos, en realidad, dentro de la panza de un elefante, tampoco sabríamos de su existencia.
Quizás un día lo invite a comer así le explico la situación de que esa ella es mi ella y basta de no-príncipes y más yos. Así podremos convivir más pacíficamente, a mí no me va a doler el diafragma y él, por ahí, hasta pueda armarse su casita en otra panza.
Sí, de la próxima no pasa que lo invito.